miércoles, 9 de marzo de 2011

Sesión III Edward Tylor " Un método de investigación del desarrollo de instituciones aplicado a las leyes de matrimonio y filiación" (traducido por Leif Korsbaek)


UN MÉTODO DE INVESTIGACIÓN DEL DESARROLLO DE
INSTITUCIONES, APLICADO A LAS LEYES DE MATRIMONIO
Y FILIACIÓN[1].

EDWARD BURNETT TYLOR

Durante los años recientes se ha hecho evidente que la necesidad más urgente de la antropología es el reforzamiento y la sistematización de sus métodos. El mundo no ha sido injusto con las ciencias de creación y crecimiento reciente, al contrario. Donde sea que los antropólogos hayan sido capaces de demostrar de manera definitiva evidencia e inferencias, por ejemplo en las series de productos artísticos en el Museo Pitt-Rivers en Oxford, no solamente la gente educada sino el mundo común y corriente están dispuestos a aceptar los resultados y asimilarlos como parte de la opinión pública. Sin embargo, solamente en una parte de la antropología ha sido introducido hasta el momento un método riguroso, y hay todavía necesidad de vencer cierta hesitación en la mente de los hombres comprometidos en las operaciones exactas de las matemáticas, la física, la química, la biología, para admitir que los problemas de la antropología sean admisibles a un tratamiento científico. Es mi objetivo mostrar que el desarrollo de instituciones puede ser estudiado sobre la base de tabulación y clasificación. Para este fin he retomado un problema que es del más apremiante interés práctico al mismo tiempo que es también un candente problema teórico, la formación de leyes de matrimonio y de descendencia, para cual fin llevo muchos años coleccionando la evidencia que ha sido encontrada en entre tres cientos y cuatrocientos pueblos, que se distribuyen desde las hordas salvajes más insignificantes hasta las grandes naciones civilizadas. Las reglas particulares han sido organizadas en tablas, con el fin de afirmar lo que podríamos llamar las “adhesiones” a cada costumbre, mostrando qué pueblos tienen la misma costumbre, y qué otras costumbres la acompañan o se encuentran apartadas de ella.
Hace muchos años, mucho antes de que mi colección de datos alcanzara sus dimensiones actuales, y se dejaba todavía clasificar en las tablas elaboradas que aquí se presentan, sentí naturalmente una fuerte necesidad de saber si mis esfuerzos habían sido una pérdida de tiempo y energía o si estos ejercicios en la aritmética social nos ayudarían a entender el curso de la historia social. La cuestión fue cómo decidirlo. Recordé un cuento que una vez había escuchado de Horace Vernet, que un amigo lo preguntó cómo planeaba sus grandes escenas de batalla. El pintor llevó al señor que había preguntado a su estudio e inició en su presencia un cuadro, metiendo primero una bayoneta en una esquina de la tela, luego dibujando el brazo y la espada del soldado que cortó al bayonetazo, y así en seguida, de una figura traslapada a la siguiente, hasta alcanzar al grupo central. De esta manera me parecía que estaría bien empezar en un rincón del campo. El punto de partida que seleccioné fue una costumbre rara y algo cómica que tenía que ver con la etiqueta bárbara entre los esposos y los parientes de sus esposas: no se les permite mirar uno al otro, y mucho menos hablar, y hasta evitan mencionar mutuamente sus nombres. Así, en América, John Tanner, el ojibwa adoptado, describe cómo fue invitado a entrar a la choza de un amistoso assineboin, y viendo cómo el viejo suegro y la suegra cubrieron sus caras con la cobija al entrar su compañero, y se quedaron con la cara cubierta hasta que hubiera pasado y se había metido en la habitación que le habían reservado, donde su esposa le sirvió su comida. En Australia cuenta el Sr. Howitt cómo, sin quererlo, le pidió a un nativo que llamara a su suegra que pasaba cerca de ellos. Pero el nativo le mandó la solicitud a una tercera parte, diciéndole al Señor Howitt en tono de reproche, “Usted entiende que no podía hablarle a aquella anciana”. Por absurdo que le parezca esta costumbre a un europeo, no es el producto de un capricho local, lo que se desprende al contar los pueblos que la practican en varias regiones del mundo, que son alrededor de sesenta y seis, es decir más de la sexta parte del número total de pueblos catalogados, lo que es aproximadamente 350. Como sigue:

ESQUEMA: EVITACIÓN
Entre el esposo y los parientes de la esposa
Mutua
Entre la esposa y los parientes del esposo
45
8
13

Ahora, comparando la frecuencia de los casos de una y otra costumbre, y sus correlaciones, aparece una relación entre la costumbre de la evitación y la residencia después de la boda. Esta relación se ve en el siguiente cálculo de los pueblos cuya costumbre es que el esposo finque su residencia de manera permanente con la familia de la esposa, o de hacerlo de manera pasajea para luego mudarse con ella para vivir con la familia de el o en su hogar (el caso contrario no existe), o que el esposo inmediatamente lleva a su esposa a su propio hogar.

ESCQUEMA: RESIDENCIA
Esposo a los parientes de la esposa
Neoresidencia
Esposa a los parientes del esposo
65
76
141

Ahora, si las costumbres de residencia y las costumbres de evitación fueran independientes, o casi independientes, esperaríamos encontrar su coincidencia siguiendo la ley de distribución aleatoria. En las tribus donde el esposo vive permanentemente con la familia de su esposa (65 casos de 350), esperaríamos encontrar evitación ceremonial entre el y su familia política en nueve casos, pero realmente la encontramos en catorce casos. Por otro lado, pueblos donde el esposo después de la boda lleva a su esposa a su propio hogar (141 casos de 350), nos permitiría esperar encontrar la regla de evitación en 18 casos, pero realmente sucede tan solo en nueve casos. Si los trece casos de evitación entre la esposa y la familia del esposo fueran distribuidos entre los diferentes modos de residencia según el ratio, entonces dos o tres de los casos deberían caer entre los pueblos donde el esposo vive con la familia de la esposa, pero tales casos no existen. Alternativamente, deberíamos encontrar cinco casos entre los pueblos donde la esposa vive en el hogar o con la familia del esposo, pero en la realidad encontramos ocho casos. De manera que tenemos una bien documentada tendencia indicando que la evitación ceremonial del esposo y la familia de la esposa es de alguna manera relacionada con su residencia con ellos, y viceversa en lo referente a la esposa y la familia del esposo. A continuación de esta conclusión tenemos que indagar si los hechos sugieren una razón de esta conexión. Se nos presenta pronto una razón de este tipo, pues en nuestra propia sociedad conocemos muy bien la ceremonia de no dirigir la palabra a alguien o pretender no verlo en el rito social conocido como “cortar” (retirar el saludo). Entre nosotros eso implica aversión, y la implicación se nos presenta aún con más fuerza en la objeción a pronunciar su nombre (“nunca la mencionamos”, como reza la canción). La situación es diferente, sin embargo, en las costumbres bárbaras que estamos considerando, pues aquí el esposo se encuentra en términos amistosos con los parientes de su esposa, porque no se pueden notar mutuamente. De hecho, esta costumbre de “cortar” puede ser más sencilla y más directa que es el caso en la Europa civilizada. Ya que el esposo se ha impuesto a una familia que no es la suya y en una casa donde no tiene derecho a estar, no puede ser difícil entender que ellos marcan la diferencia entre ellos y el, tratándolo formalmente como extranjero. La operación de la mente humana es hasta tal grado igual en todos los niveles de civilización que nuestra propia lengua formula la misma idea en una expresión familiar; cuando describimos el caso del assineboin que se casa y se asienta con los parientes de su esposa que pretenden no verlo cuando entra, solamente tenemos que decir que no lo reconocen, logrando así condensar el procedimiento entero en una sola palabra. En este primer ejemplo hay que notar que el argumento de una conexión causal de alguna clase entre dos grupos de fenómeno lleva nuestra atención, por lo menos hasta donde los datos sean precisos, hacia un hecho científico. Pero como puede mostrar posteriormente su correlación con otras conexiones, en el momento de asignar por esta conexión una razón que posiblemente es solamente análoga a la auténtica razón, avanzamos a un terreno menos sólido. A través de lo que queda de la presente investigación, una vez que haya sido enunciada de manera explícita esta importante reserva, se puede tomar como sobreentendida.
Dirijamos ahora nuestra atención a otra costumbre que al europeo no le parece menos rara que la anterior: la costumbre de nombrar al pariente por el niño. Cuando el misionero Moffat se encontraba en África, entre los bechuana, se dirigían a el de acuerdo a las costumbres nativas, como Ra-Mary, padre de Mary. Al otro lado del mundo, entre los Kasias de la India, el Coronel Yule menciona la  misma regla; por ejemplo, en el caso de un muchacho llamado Bobon, su padre se llamaba Pabobon. De hecho, existen más de treinta pueblos distribuidos sobre todo el mundo que nombran de esta manera al padre y también, aunque con menor frecuencia, a la madre. Forjándoles un nombre, los podemos llamar pueblos tecnónimos. Cuando empecé a darme cuenta de la amplia distribución de esta costumbre de tecnonimia, y me puse a calcular las instancias, debo confesar que fui tomado por sorpresa cuando las encontré en estrecha conexión con la costumbre de la residencia por parte del esposo en la familia de la esposa, pues las dos costumbres coincidieron en 22 casos, cuando según la ley de probabilidad deberían haber coincidido en solamente once casos. Encontré que estaba todavía más estrechamente relacionada con la costumbre de evitación ceremonial por parte del esposo de los parientes de la esposa, con catorce instancias, donde la ley de la probabilidad le habría asignado cuatro. La combinación es mostrada en la figura 1, donde los números (aproximados) nos dan el medio para estimar la probable cercanía a una conexión causal. Si las tres costumbres fueran tan distantemente relacionadas como para ser prácticamente independientes, el producto de las fracciones correspondientes 132/350 x 53/350 x 31/350, mostraría que se podría esperar su concurrencia en entre una y dos casos en la lista de los pueblos del mundo. En efecto, es encontrada en once casos, así que encontramos su origen compartido apuntalado por un factor tan fuerte como seis a uno. Temo que muchas de las más firmes convicciones de la humanidad son fundamentadas sobre una base menos sólida. Rastreando el origen del grupo de costumbres en conformidad con estas condiciones, no es necesario inventar una hipótesis, ya que una relación de los indígenas crow nos sirve como una “instancia luminosa” para aclarar toda la situación. Entre estos indígenas, el joven esposo que ha venido para vivir con los parientes de su esposa, tiene que darles la espalda y no hablarles (en particular no a su suegra), y así es tratado como un extranjero hasta que nazca su primer hijo; entonces asume su nombre y es llamado “el padre de este”, y luego se afilia a sus suegros más fuerte que a sus propios padres. Es decir que es tratado ceremonialmente como un extranjero hasta que nazca su hijo, nacido como miembro de la familia, le confiere el estatus de miembro de la familia, luego de lo cual consistentemente dejan a la do la farsa de no reconocerlo. Cuando le presenté este argumento al Dr. G. A. Wilken, de Leyden, el me mencionó que en su serie de textos sobre “formas primitivas de matrimonio”, donde presenta instancias del nombrar a los padres por los hijos, el había postulado que esta costumbre era una afirmación de la paternidad. Está fuera de duda que así es en el caso del padre, y el hecho de que es así es compatible con su carácter de ser una afirmación de el por parte de los parientes de la esposa, los dos aspectos pertenecen a un solo hecho social.
Aceptando que la relación entre la residencia y la evasión ceremonial haya sido comprobada por sus adhesiones relativas, es indispensable notar que existen casos donde el esposo, no obstante que el lleva a la esposa del hogar de sus padres, sí respeta la costumbre de evitarlos. Bajo estas circunstancias este procedimiento parece carecer de motivo, pero es comprensible como una supervivencia de un tiempo cuando hubiera vivido con ellos. Estos casos pertenecen principalmente al distrito de Malaya y a Australia. En el distrito de Malaya la costumbre de residencia con la familia de la esposa sigue siendo una institución viva, aunque está cediendo rápidamente a la organización del hogar según la costumbre de los árabes o los europeos. En Australia se nos presenta la costumbre como que el esposo se lleva a su esposa a su propio hogar, mientras que al mismo tiempo lleva a cabo la etiqueta de evitar hasta un extremo ridículo a su suegra, con rasgos muy leves de evitar a su suegro. A mí me parecía que eso debe de indicar, según la explanación aquí ofrecida, una costumbre de origen reciente de residencia con la familia de la esposa, y como referencia tenemos una ley de la tribu kurnai en Gibbsland (Fison & Howitt, “Kamilaroi & Kurnai”, p. 207), que cuando uno de los nativos mata a algún animal, ciertas partes de la carne (de un canguro, la cabeza, el cuello y una parte de la espalda) es la parte asignada a los parientes de la esposa. Ya que la obligación a proporcionarles alimentos al hogar de la esposa mientras que vive allí, es uno de los puntos más claros de la ley matriarcal, le escribí al Sr. Howitt, una de las principales autoridades en el campo de la antropología australiana, sugiriéndole que futuras investigaciones probablemente revelarían evidencias hasta ahora desconocidas acerca de la etapa maternal  de la sociedad que todavía subsiste en Australia. Después de haber examinado el material, respondió el Sr. Howitt que “ahora estoy completamente satisfecho de que sus ideas son correctas”, y luego mandó detalles relevantes a la cuestión, especialmente una relación hecha por el Sr. Aldridge, de Maryborough, en Queensland, acerca de las costumbres de la tribu en su vecindad. Lo citaré, en su calidad de un caso muy fuerte de residencia de la esposa. “Cuando un hombre se casa con una mujer de una localidad distinta, se dirige a los líderes de su tribu y declara su solidaridad con el pueblo de su futura esposa. A esta regla existen muy pocas excepciones. Hablo de ellos, por supuesto como estaban en su estado salvaje. El se convierte en un miembro de la familia. En el caso de una expedición de guerra, el esposo de la hija se comporta como un pariente consanguíneo, y si llega a y luchará contra y matará a sus propios parientes consanguíneos si se cometen actos de hostilidad por los parientes de su esposa. Bajo estas circunstancias yo he visto a un padre luchando contra su propio hijo, y el hijo con toda seguridad habría matado a su padre si otra gente no hubiera intervenido.
Será ahora posible mostrar de una manera más exhaustiva la posición relativa de los dos grupos de costumbres, la residencia y la evasión, por medio del diagrama en la figura 2.
Aquí el espacio que representa la residencia ha sido dividido en tres secciones, o sea residencia por el lado de la esposa, la etapa de transición de salida (donde la pareja empieza su vida de casados en el hogar de la familia de la esposa, pero luego cambian), residencia por el lado del esposo. Según los argumentos anteriores, se supone que la evitación ceremonial entre el esposo y la familia de la esposa haya surgido dentro de los periodos cuando el y ellos vivían permanentemente o de manera temporal en contacto, y que haya continuado por supervivencia hasta después de que hubiera ya terminado esta co-residencia. Luego parece el pequeño grupo de ocho casos de evitación mutua, al mismo tiempo entre el esposo y la familia de la esposa y entre la esposa y la familia del esposo. Estos casos se encuentran consistentemente en la etapa de transición de salida, donde se encuentran ambos tipos de residencia, sobreviviendo hasta después del inicio de la etapa de residencia al lado del esposo. La evitación entre la esposa y la familia de la esposa tiene el mismo rango, pero aquí las condiciones que la producen pertenecen a ambas etapas de residencia, y no hay cuestión de supervivencia.
De esta distribución de las costumbres de evasión, parece que de las partes del mundo de las cuales disponemos de información para esta investigación las tres etapas de residencia tengan una tendencia a seguirse una tras otra en la dirección hacia arriba en el diagrama. Primero aparece la residencia en el grupo de la mujer, luego la etapa de remoción, y finalmente la etapa de residencia en el grupo del esposo. Pues, si se suponía que el curso de la sociedad fuera en el sentido inverso, como se representaría al voltear el diagrama de cabeza, se representaría la evitación entre el esposo y la familia de la esposa como surgiendo en la etapa cuando el esposo vivía lejos de él, mientras que la evitación entre la esposo y la familia del esposo, que debería de continuar por medio de supervivencia hasta dentro de la etapa de residencia en el lado de la esposo, no lo encontramos aquí. Las costumbres de evitación, aunque en lo práctico son pequeñeces, son señales que muestran la dirección de un movimiento, del cual más adelante veremos con mayor detalle la importancia, el cambio de la residencia habitual de la familia de la esposa hacia la de la familia del esposo.

Apliquemos ahora un método similar a la investigación de la gran división de la sociedad en matriarcal y patriarcal. En el sistema matriarcal, la filiación en la familia o en el clan se calcula desde la madre; la autoridad se encuentra principalmente a su lado, y el hermano de la madre es por lo regular el tutor de los hijos; la sucesión a rango u oficio, y la herencia de propiedad material sigue la misma línea, siendo entregado al hermano o al hijo de la hermana. En el sistema patriarcal la descendencia es desde el padre; el tiene el poder sobre la esposa y los hijos; la sucesión y la herencia son de el a sus hijos. Entre estos escenarios extremos se coloca un escenario intermedio o de transición en el cual sus características son combinadas de varias maneras. Ya que los términos patriarcal y matriarcal no son completamente apropiados, prefiero utilizar los términos maternal, maternal-paternal y paternal para los tres escenarios. La clasificación es necesariamente algo vaga, pero pienso que se darán cuenta de que tiene suficiente precisión para el problema de determinar la dirección en la cual la humanidad ha tendido a moverse desde uno de los escenarios a otro. Ciertas costumbres que tienen que ver con la suegra serán utilizadas como indicadores en nuestra discusión de este problema.
En una gran parte de las naciones del mundo, hasta alcanzar el nivel medio de cultura, el matrimonio repetido de viudas es arreglado, y más o menos impuesto, pero los procedimientos siguen dos distintos principios. Siguiendo el primero de estos principios, la viuda se convierte en la esposa del hermano de su esposo, o de algún pariente cercano, de acuerdo a algún precedencia de demanda. La palabra “levirato”, a partir de levar = hermano del esposo, se ha vuelto el término aceptado para esta institución, pero su sentido debe en la mayoría de los casos extenderse a abarcar una serie de parientes, de los cuales el cuñado es solamente el más importante. Desafortunadamente, nunca se ha tomado la molestia de investigar el orden preciso de estos parientes, lo que podría echar luz sobre la estructura de la familia, como en una relación hecha por Howitt de la costumbre en tribus australianas donde cualquier hombre es elegible para suceder al viudo si su relación con el difunto es de hermano mayor o menor, empezando con los auténticos hermanos del lado masculino o femenino, según como sea la regla de descendencia en la tribu, y extendiéndose a los hermanos tribales que son en nuestra terminología primos, más o menos cercanos. El levirado parece en sus formas variadas entre ciento veinte pueblos en mi lista, o sea entre la tercera parte de los pueblos en el mundo. Al analizar sus adhesiones, parece suficientemente justificado como una costumbre de sustitución, perteneciente a un periodo cuando el matrimonio era un contrato no tanto entre dos personas como entre dos familias, frecuentemente decidido cuando las dos personas involucradas eran todavía niños incapaces de entenderlo, de hecho a veces antes de su nacimiento. Que el levirato forma parte de esta transacción de familia es consistente con otras costumbres que son más o menos relacionadas con el, por ejemplo que cuando una esposa muere o se enferma, su familia tiene la obligación de sustituirla con otra, una costumbre que se extiende a veces hasta el noviazgo, y que no se le permite a la viuda casarse con personas de fuera de la familia de su esposo, salvo con permiso dado por sus parientes, que tienen la opción de quedarse con ella o soltarla, por lo regular mediante algún pago. La figura 3 nos muestra que el levirato está distribuido a través de los tres escenarios. Es en el escenario maternal-paternal que entra en competencia con el segundo principio, desconocido en el escenario maternal, según el cual la viuda del padre es heredada por sus hijos, especialmente que el hijo mayor se queda con la madrastra. Un grupo de casos pequeño pero importante forman un puente entre los dos principios de levirato y sucesión filial, combinando ambos en la misma nación. Esta combinación está bien representada en África donde, cuando muere un jefe, la principal esposa pasa por vía del levirato a las manos de su hermano mientras que el hijo, el nuevo jefe, hereda toda una multitud de madrastras, una herencia menos pesada de lo que parece, pues son prácticamente esclavas que cultivan la tierra y muelen trigo para su propio sustento. Considerando la distribución de estos grupos de costumbres, se ve que la única visión que da sentido es pensar que la regla paternal siguió después de la maternal, llevando consigo el principio de herencia de viuda parcial, aún mientras que su dominación  todavía no era total.
















Tenemos que considerar la costumbre muy rara de la couvade desde el mismo punto de vista. En esta costumbre el padre, cuando nace su niño, pretende ceremonialmente ser su madre, se deja cuidar y atender, y lleva a cabo otros ritos tales como ayunar y abstenerse de ciertos alimentos o actividades, para que el recientemente nacido no sufra. Esta costumbre es conocida de todas partes del mundo. Una relación del Señor Im Thurn nos revela hasta qué grado es todavía aceptada con sinceridad: en un viaje por los bosques de la Guyana Británica se dio cuenta de que uno de sus indígenas se negó a ayudar a jalar las canoas, y cuando investigó supo que la razón era que en la casa del indígena en el mismo tiempo había nacido un niño suyo, y que no podía esforzarse para no causarle daño al niño. En el distrito mediterráneo no solamente escritores viejos la menciona, sino en España y Francia, en o cerca del país vasco, continua hasta en tiempos modernos; en 1818 menciona Zamacola que hace solamente poco la madre solía levantarse y el padre acostaría al niño. Sabiendo la tenacidad de estas costumbres, no me sorprendería si huellas de la couvade podrían todavía encontrarse en aquel distrito. Examinando la distribución de la couvade en el diagrama Figura 4, vemos que este procedimiento cómico no aparece en el escenario maternal, pero cuando surge en el maternal-paternal inmediatamente llega a su desarrollo más fuerte en veinte casos; en el paternal la cantidad cae a ocho casos, llevándonos a la inferencia de que aquí sobrevive solamente débilmente.















Considerando esta posición, tengo ahora que admitir que la interpretación original de la couvade, ofrecida por Bachofen en su gran tratado de 1861[2], y apoyada por Giraud-Teulon, en lo esencial concuerda con los hechos y que estos la justifica. El supone que pertenece al punto de cambio de la sociedad cuando los lazos de parentesco, hasta entonces reconocidos en la maternidad, fueron extendidos a abarcar también la paternidad, lo que efectuaba a través de la ficción de representar al padre como una segunda madre. Compara la couvade con la representación simbólica del parto que en el mundo clásico fue escenificado como un rito de adopción. A sus ejemplos significativos podemos agregar el hecho de que entre ciertas tribus la couvade es la forma legal a través de la cual reconoce al niño como suyo. Así que esta costumbre, aparentemente absurda, que ha sido durante veinte siglos el hazmerreír de la humanidad, comprueba que no es solamente un indicador de la tendencia de la sociedad a cambiar de lo maternal a lo paternal, sino que es de este enorme cambio señal y record.
En este punto será conveniente examinar dos instituciones de leyes matrimoniales tempranas: la exogamia y las relaciones clasificatorias. El principio de exogamia fue llevado a nuestra atención de manera conspicua hace unos cincuenta años por el sir George Grey (1841, Vol. II, p. 225), cuando describió la regla de los nativos australianos de no casarse con una mujer de la misma familia o con el mismo nombre de animal o kobong que él mismo; llamó la atención a la similitud de esta costumbre con el sistema norteamericano de clanes nombrados por animales totémicos, en el cual un hombre tenía que casarse con una mujer de fuera de su propio tótem o clan. El señor J. F. McLennan (Primitive Marriage, 1865, p. 48, 130) bautizó a estas costumbres exogamia o matrimonio hacia fuera y mostró que pertenecían a “un principio de ley matrimonial ampliamente prevaleciente entre las razas primitivas”. Desde entonces hemos adquirido mucha información, con el resultado de mostrarnos que la exogamia a penas tiene que ver con la captura de esposas en guerra entre naciones extranjeras, sino más bien con la regulación de matrimonios dentro de grupos de clanes o tribus que poseen connubium. Tales clanes pueden encontrarse en algún grado de conflicto, pero siempre reconocen lazos de parentesco y por lo regular comparten la misma lengua. Ahora se entiende también que un pueblo puede al mismo tiempo practicar endogamia, o “matrimonio hacia dentro” dentro de sus fronteras, y exogamia, o “matrimonio hacia fuera”, entre sus clanes. Así se puede entender la situación entre los hindúes, donde un hombre tiene que casarse con alguien de su propia casta, pero dentro de esta casta no puede casarse con alguien de su propia gotra o clan. El efecto de la regla exogámica es la misma si se trata de un sistema donde la membresía en el clan sigue la línea femenina o la línea masculina de descendencia. El Padre Lafitau (“Moeurs des Sauvages Ameriquains”, 1724, Vol. I, p. 552) mencionó estas costumbres ya hace ciento cincuenta años, señalando que
Entre los Iroqueses y los Hurons, todos los hijos de una casa consideran a todas las hermanas de su madre como sus madres y a todos los hermanos de sus madres como sus tíos, por lo que les dan a todos los hermanos de su padre el nombre de padre y a todas las hermanas de su padre el nombre de tía. Todos los hijos del lado de la madre y de su hermana, y del padre y sus hermanos, se consideran mutuamente como hermanos y hermanas, pero en lo que se refiere a los hijos de sus tíos y tías, es decir de los hermanos de sus madres y las hermanas de sus padres, los tratan solamente como primos. Eso cambia en la tercera generación, los tíos grandes y las tías grandes se vuelven de nuevo abuelos y abuelas de los hijos de aquellos que llaman sobrinos y sobrinas. Eso continúa siempre en la línea descendiente de acuerdo a la misma regla.

En nuestros tiempos, a Lewis H. Morgan, viviendo entre los iroqueses como indígena adoptado, le asombró este sistema de parentesco, tan diferente del sistema en el cual había sido criado, y al principio pensaba que era una invención peculiar de sus iroqueses. Pero cuando se puso a investigarlo, encontró que existían entre otras tribus norteamericanas, y posteriormente al mandar cuestionarios encontró que logró reunir un gran número de sistemas de parentesco entre los cuales estableció la amplia distribución de sistemas clasificatorios de parentesco, como los llamaba, por agrupar a los parientes en clases (“Systems of Consanguinity and Affinity of the Human Family”, 1870). Bajo el término de sistemas clasificatorios el señor Morgan no solamente incluía a los sistemas que se asemejaban al sistema de los iroqueses, sino también un plan mucho más rudo y sencillo que prevalecía en Polinesia; sin embargo, me conviene limitar mis comentarios aquí al primero de estos sistemas. El señor Morgan mostró que este sistema, tal como se encuentra entre los indígenas norteamericanos, es estrechamente análogo al sistema de las naciones dravídicas del sur de Industán. Este sistema, la bien conocida fuente de confusión de un oficial británico recientemente nombrado, a quien le contó un testigo que su padre estaba sentado en la casa, pero de repente el mismo testigo dijo que su padre iba llegando del campo. Cuando el nativo fue duramente regañado por el oficial por contradecirse a si mismo, explicó que era su “pequeño padre”, con lo que quería decir que era el hermano menor de su padre.
Junto en una sola categoría las dos instituciones de exogamia y relaciones clasificatorias, ya que en la realidad son relacionadas y constituyen dos caras de una sola institución. Eso fue establecido hace ocho años por el reverendo Lorimer Fison, en su obra acerca de las tribus kamilaroi y kurmai en Australia, escrito por el y el Señor Howitt (op. cit, p. 76). Esta explicación importante es todavía hoy a penas conocida en círculos antropológicos, y realmente no tengo derecho a criticar a otros por desdeñarlo, pues yo revisé el libro de Fison y Howitt sin claramente darme cuenta de las implicaciones de su argumento sobre la teoría de la exogamia, y las entendí solamente recientemente de una manera que mejor expondré, ya que me permitiré explicar en pocas palabras y de manera clara todo el problema. Al tabular las naciones del mundo, encontré un grupo de veintiún pueblos que tenía una notable actitud hacia el matrimonio con primos en primer grado: que los hijos de dos hermanos no se deben casar, ni los hijos de dos hermanas, pero el hijo del hermano puede casarse con la hija de la hermana. Parecía obvio que este “matrimonio entre primos cruzados”, como lo podemos llamar, tiene que ser el resultado directo de la forma más sencilla de exogamia, donde una población es dividida en dos clases o secciones, con la ley de que un hombre que pertenece a la clase A solamente puede casarse con una mujer que pertenece a la clase B. Una regla de este tipo es conocida, por ejemplo, en Melanesia. El Dr. R. H. Codrington la describe de las Islas Banks, donde los nativos tienen dos familias llamadas veve-madre, lo que indica que la descendencia sigue el lado de la madre, y un hombre debe casarse con una mujer de la otra madre de el mismo o, como dicen, no de su propio lado de la casa sino del otro lado. Así, poniendo a “A”, “a”, “B”, “b” como machos y hembras de la clase “A” y “B”, y recordando que los hijos de la madre pertenecen a su clase, pero los hijos del padre pertenecen a la otra clase, entonces tenemos (como se muestra en la figura 5):


Dos hermanas
Sus hijos pertenecen a
Dos hermanos
Sus hijos pertenecen a
Hermano y hermana
Sus hijos pertenecen a
Misma clase = hermanos y hermanas tribales = no se pueden casar

Misma clase = hermanos y hermanas tribales = no se pueden casar

Diferentes clases  = primos y primas tribales = se pueden casar

Habiendo alcanzado este punto, me parecía a mí que ya había visto algo similar en otro contexto, y cuando volví a echar un vistazo a “Kamilaroi and Kurnai” me di cuenta de que Fison había analizado el origen del sistema de parentesco turaniano, como lo llama Morgan, incluyendo los sistemas arriba mencionados de América del Norte e India, junto con otros. La figura 6 presente de manera concisa los principales rasgos del argumento en lo referente a la parentela de un hombre.











Aunque no me propongo meterme de lleno en la deducción de relaciones clasificatorias en todas sus variedades desde la regla de exogamia, hay que señalar que la forma de la exogamia que aquí es considerada es la forma más sencilla o dual, en la cual la gente es dividida en dos clases cuyos miembros se casan entre ellos. Sistemas de exogamia de una naturaleza dual, es decir que consisten en dos clases o grupos de clases, están relacionados de manera directa con el matrimonio entre primos cruzados y relaciones clasificatorias. Pero si el número de divisiones exogámicas no es dual, si por ejemplo hay tres clanes, y un hombre que pertenece a un clan puede elegir su esposa de cualquier de los otros dos clanes, se ve inmediatamente que se desmorona el argumento en la figura 5. En este momento estoy dispuesto a tratar solamente exogamia y sistemas clasificatorios de parentesco en su forma dual, tengo que señalar que el tratamiento del problema por medio del método de adhesión refuerza la visión de que la forma dual de exogamia se puede considerar como la forma original, aunque existen también otras evidencias. Al calcular de las tablas aquí presentadas el número de pueblos que usan nombres de relaciones de parentesco más o menos correspondientes al sistema clasificatorio, encontramos que son 53, y el número estimado de aquellos que podrían coincidir por accidente con la exogamia si no hubiera una relación estrecha entre ellas, sería alrededor de doce. Sin embargo, el número de pueblos que tienen al mismo tiempo exogamia y clasificación es 33, y esta fuerte coincidencia es la medida de la estrecha relación causal que existe entre las dos instituciones. La adhesión es aún más fuerte en el caso de matrimonio entre primos cruzados, de los cuales aparecen 21 en las tablas, y nada menos quince pueblos que practican esta costumbre son también conocidos como exogámicos. Aquí, de veras, no es una relación de derivación sino de identidad, y la regla de matrimonio entre primos cruzados es realmente una forma parcial o una declaración imperfecta de la ley de exogamia misma. Ya ha sido reconocido que tales adhesiones entre dos o más costumbres comprueban la existencia de una conexión causal, pero tenemos que subrayar que cumplen también otra función. La conexión, cuando es comprobada, reacciona sobre la evidencia por medio de la cual fue comprobada. Cuando ya ha sido mostrado que el matrimonio entre primos cruzados forma parte de la exogamia, entonces se puede argumentar que todos los 21 pueblos que practican matrimonio entre primos cruzados tienen que ser catalogados como exogámicos. Pero, ya que solamente quince son explícitamente catalogados como tales, la lista de naciones exogámicos en el mundo tiene que ser aumentada con seis. Así que la relación clasificatoria es evidencia de que los pueblos que lo practican son o han sido exogámicos, eso agregará alrededor de veinte pueblos a la lista de naciones entre las cuales un estudio más detenido probablemente revelerá que la sociedad exogámica alguna vez era la dominante o lo es todavía. Aún si no se encuentra alguna prueba directa, con la necesaria cautela la prueba indirecta puede ser suficiente para colocarlos en el grupo de los exogámicos que entonces llegará a abarcar más de cien pueblos de entre los 350 que hay en el mundo. Los que recuerdan las agudas discusiones entre McLennan y Morgan hace ya algunos años, y la opinión de que el sistema clasificatorio de relaciones de parentesco no era más que un sistema de direcciones, serán asombrados por la manera en que la controversia probablemente terminará. Yo mismo no se si me siento feliz o infeliz de que mi viejo amigo McLennan hasta el día de su muerte nunca supo que Morgan y el, que pensaban que eran adversarios, todo el tiempo realmente eran aliados promoviendo la misma doctrina de lados diferentes.
Así que parece que el número de naciones que poseen un sistema de clanes cuyos miembros se casan entre ellos es más grande de lo que se pensaba. Pero ni siquiera eso logra medir la plena importancia de la exogamia como un factor en la constitución de la sociedad. Durante muchos años los antropólogos han tenido frente a sí el problema de determinar hasta qué grado la exogamia clánica puede haber sido el origen de los grados prohibidos en asuntos de matrimonio, tan variadamente definidos en las leyes de las naciones. El problema aún más grande ha sido abierto, hasta qué grado las leyes de permiso y prohibición de matrimonio puede haber llevado a las naciones a definir relaciones y otorgarles nombre, distinguiendo por ejemplo entre tíos y padres, y entre primos y hermanos. Creo que puede contribuir a una solución de estos problemas notar dos maneras en las que el contenido de estas tablas tiene relevancia para el significado y el origen de la exogamia.
Existen condiciones de la sociedad bajo las cuales la exogamia existe al lado del secuestro de la esposa, de manera que un matrimonio bárbaro con frecuencia incluye ambos en un solo acto, como cuando un tártaro acompañado por sus amigos, todos armados hasta los dientes, a caballo se dirigen hacia las carpas de un clan lejano donde abducen a la novia, con violencia real o simulada. Pero calculando el número de pueblos entre los que encontramos esta combinación de secuestro y exogamia, encontramos que no es suficiente como para justificar la inferencia de que sean causa y efecto, no obstante que coexisten libremente. Además, parece que esta coexistencia pertenece especialmente al escenario paternal de la sociedad y al maternal-paternal en el cual la influencia paternal es parcialmente establecida. Eso es bastante comprensible de lo que ya se ha dicho acerca del efecto del secuestro al establecer instituciones paternales, desde el mero inicio, al llevar a la esposa a las manos del esposo y dejarla en su hogar. De esta manera somos llevados a una prueba de la posición de la exogamia, investigando si existía en aquel primer escenario conocido del sistema maternal de la sociedad, donde el esposo vive en la familia de la esposa. Las tablas muestran que hay en diferentes partes del mundo doce o trece bien definidos pueblos exogámicos cuya costumbre de residencia es que el esposo se integra a la familia de la esposa. Esta situación me parece que nos impide considerar la exogamia como el resultado del secuestro, pues es evidente que el guerrero que acaba de secuestrar a una mujer de una tribu hostil no se va a establecer a vivir con su familia. Si el secuestro lleva a algún tipo de exogamia, entonces pienso que debe ser una forma paternal, y si admitimos que la forma maternal es anterior, entonces sigue lógicamente que no se puede admitir el secuestro como la primera causa de la exogamia.
Hace más de veinte años, cuando confeccioné una lista de naciones que practicaban la costumbre de casarse con personas fuera de su tribu o de su familia, me di cuenta de que en cualquier discusión completa del problema se tendría que tomar en cuenta el deseo de articular diferentes tribus con lazos de amistad a través del matrimonio entre sus miembros (“Early History of Mankind”, 1865, p. 286). Al compilar las tablas aquí presentadas se me han impuesto observaciones relevantes al respecto.
Cuando contemplo la distinción entre endogamia y exogamia desde este punto de vista, se nota que hay un momento en el crecimiento de una sociedad cuando se vuelve una cuestión política de primera importancia. Mientras que la vasta pradera o el bosque extenso todavía le ofrece alimentos abundantes para una población escasa, pequeñas hordas pueden migrar o se pueden establecer grupos de hogares, cada minúscula tribu o asentamiento siendo separado de los demás, y sus miembros casándose dentro de sus límites. Pero cuando las tribus crecen y se extienden, y empiezan a colindar entre ellas y pelearse, entonces se vuelve patente la diferencia entre los miembros casándose dentro de los límites del grupo o casándose con miembros de otros grupos. La endogamia es una política de aislamiento, separando una horda o una aldea, aún de la población de la cual originalmente se separó, tan solo una o dos generaciones antes. Entre las tribus de cultura baja no se conoce más que un medio para mantener alianzas permanentes: que los miembros de los diferentes grupos se casen entre ellos. La exogamia, que le permite a una tribu en crecimiento mantenerse compacto por medio de uniones constantes entre sus clanes extendiéndose, le permite vencer cualquier número de pequeños grupos con alianzas matrimoniales, pequeños e indefensos. Una y otra vez en el transcurso de la historia del mundo, las tribus salvajes deben haberse enfrentado a la sencilla alternativa práctica de casarse con sus enemigos o extinguirse. Aún a niveles avanzados de cultura, se mantiene el valor político de alianzas matrimoniales. “Alianzas matrimoniales fomentan la amistad más que cualquier otra cosa”, es un conocido refrán de Mohámad, “entonces les daremos nuestras hijas, y nosotros tomaremos las suyas, y nosotros residiremos con ustedes y nos volveremos un solo pueblo” es un bien conocido pasaje en la historia de Israel.
La exogamia tiene su origen muy temprano en la historia de la humanidad, y es posible que nadie haya observado su nacimiento, y tampoco han sido inferidas con precisión las condiciones exactas de su origen. Tampoco la relación histórica entre la exogamia y el sistema de clases conocido como totemismo está plenamente aclarada, si el totemismo proporcionaba la necesaria maquinaria para el funcionamiento de la ley de exogamia, como lo piensa el Profesor Robertson Smith (“Kinship and Marriage in Early Arabia, 1885, p. 184), o si la exogamia misma llevaba al totemismo. Pero acerca de la propia ley de la exogamia, la evidencia muestra que opera en una gran parte de la raza humana como un factor de prosperidad política. No podemos alegar que prevenga de manera absoluta el conflicto y la confrontación, pues ha sido observado que algunos pueblos, como los khond y los Banks Islanders, que los clanes relacionados por lazos de matrimonio, no obstante eso, pelean y luchan. Sin embargo, uniendo una comunidad entera con lazos de parentesco y afinidad, y en particular con la acción pacificadora de las mujeres que pertenecen a un clan como hermanas y a otro como esposas, tiende a reducir los conflictos y remediarlos cuando surgen, así que en momentos críticos mantienen unida una tribu que bajo condiciones de endogamia se habría dividido. La exogamia se muestra de esta manera como una institución que resiste la tendencia de poblaciones incivilizadas a desintegrar, cementándolas en naciones capaces de coexistir en paz y quedarse juntos en guerra, hasta que alcancen un nivel de alta organización militar y política. Visto desde este punto de vista es más fácil entender el notable hecho de que la exogamia, avanzando del estado maternal al estado paternal de la sociedad, cambia sus prohibiciones de la línea femenina de descendencia a la masculina, permitiendo ahora matrimonios que anteriormente fueron considerados como incestuosos, mientras que prohíbe otros que antes permitía sin preocupación. Esta transformación se ha llevado a cabo en tiempos recientes entre tribus malayas y americanas, y aparentemente continua sucediendo, sin que importe políticamente si el parentesco sigue la línea femenina o la masculina, si tan solo el casarse con extranjeros cause la necesaria intermixture de los clanes. En este contexto es digno de observación que existe un número de pueblos en diversas partes del mundo que tienen una regla de exogamia que no depende en absoluto del parentesco. Piedrahita, por ejemplo, nos cuenta de los panches de Bogotá que aquellos de una ciudad no se casaron con ninguna mujer de la misma ciudad, ya que todos se consideraron hermanos y el impedimento de parentesco les era sagrado, pero su ignorancia fue tal que si una hermana naciera en una ciudad diferente de la de su hermano, él sí se podía casar con ella. Un antropólogo, equipado con la lista de los pueblos que prohíben a un hombre casarse con una mujer de su propia ciudad, podría explicar eso no como resultado de ignorancia, sino como un caso extremo de lo que se puede llamar “exogamia local”.
Los resultados que han sido presentados aquí no pretenden agotar las inferencias que posiblemente se pueden hacer partiendo de las tablas. Estas ni siquiera se tienen que limitar a la elaboración de una lista de las costumbres que existen en diversos lugares a través del globo, sino que pueden hasta cierto grado restaurar el conocimiento de formas de sociedad ahora extintas. Estos problemas son interesantes en sí, pero me interesa más someter a una discusión el método a través del cual han sido tratados aquí, por imperfecto que este sea. Las interpretaciones que han sido ofrecidas tendrán que ser corregidas, el material tabulado se tiene que mejorar en términos cuantitativos y cualitativos, y los principios implicados deben ser presentados más justamente, y de todos modos permanece claro que las reglas de la conducta humana se pueden clasificar en rubros compactos, y así mostrar por medio de un tratamiento estrictamente numérico las relaciones entre ellas. Es solamente en este punto que tienen que empezar las explicaciones especulativas, al mismo tiempo guiadas en su curso y limitadas en su rango por líneas de hechos bien marcadas a las cuales deben conformarse. La clave de la posición es, como nunca se cansa de repetir aquel antropólogo veterano del Museo de Berlín, el Profesor Bastian, que el futuro de la antropología se encuentra en la investigación estadística. En cuanto esta sea aplicada sistemáticamente, se vuelven visibles principios de desarrollo social. Aún los diagramas del presente texto pueden ser suficientes para mostrar que las instituciones del hombre son tan distintamente estratificadas como la tierra en la cual vive. Se suceden unas a otras por todo el globo en series que son sustancialmente uniformes, independientemente de lo que parece ser diferencias comparativamente superficiales de raza y lengua, pero que son formadas por una naturaleza humana similar que actúa a través de condiciones sucesivamente cambiadas en la vida salvaje, bárbara y civilizada.
El tratamiento de los fenómenos sociales por medio de la clasificación numérica tendrá sus efectos sobre el material estadístico al cual sea aplicado el método. Es en el acto de clasificar los registros de tribus y naciones que uno se da cuenta plenamente de su estado imperfecto y aún fragmentario. Las descripciones tienden felizmente a corregir mutuamente sus errores, pero la gran dificultad es una falta total de información. En el caso de las tribus extintas y de aquellas cuya cultura nativa ha sido remodelada, no se puede hacer nada. Pero existen todavía alrededor de cien pueblos en el mundo, donde una investigación pronta y precisa salvaría una memoria de sus leyes sociales y costumbres que se encuentra en proceso de desaparición rápida. La investigación podría seguir a nivel internacional, con cada nación civilizada encargándose de las tribus bárbaras dentro de su territorio. No hay duda de que el futuro será capaz de cuidarse a si mismo en lo que se refiere a la mayor parte de los ramos de conocimiento, pero existen ciertas tareas que se tienen que hacer ahora si es que se quieren hacer del todo.





[1] Originalmente publicado en the Journal of the Royal Anthropological Institute (JRAI), Vol. 18, 1889: 245-256 & 162-269, traducido por Leif Korsbaek. Agradezco mucho la revision de mi traducción por parte de Marcela Barrions Luna, Sergio Ricco Monge y César Huerta Ríos, y sus comentarios acertados.
[2] J. J. Bachofen: “Das Mutterricht”, pp. 17, 255; Giraud-Teulon: “Les Origines du Marriage”, p. 138. En mi descripción de la couvade, « Early History of Mankind », Cap. X, I, subrayé la naturaleza mágico-simpática de una gran calse de ritos de couvade como índice de un lazo físico entre el padre (o la madre) y su niño; así, un abipone no quería ingerir tabaco masticable para que no estornudara y así le causar daño al niño, y un padre caribe se abstenbdía de comer vaca marina para que su niño no tuviera ojos redondos como la vaca marina. Este motivo, que es reconocido, implícita o explícitamente, por los salvajes mismos, ciertamente forma parte de la explicación de la couvade. Pero es secundario, debido a la conexión que se considera subsiste entre padre y niño, de manera que podemos postular que estas prohibiciones simpáticas fueran ejecutadas solamente por la madre, y luego adoptadas por el padre también.

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